Learn the natural progression of the birthchart on the basis of a seven-year rhythm per house. It is how a Bulgarian-Uruguayan astrologer managed to make dozens of warnings and predictions.
El escritor y sacerdote católico español Calderón de la Barca (1600-1681), uno de los más insignes literatos barrocos del Siglo de Oro, en especial por su teatro, hace alusión a la astrología en la sexta escena de la primera jornada de su «La vida es sueño» (1636).
“[…] Esos círculos de nieve,
esos doseles de vidrio
que el sol ilumina a rayos,
que parte la luna a giros;
[…] son el estudio mayor
de mis años, son los libros
donde, en papel de diamante,
en cuadernos de zafiros,
escribe […] en caracteres distintos,
el cielo nuestros sucesos
ya adversos o ya benignos.”
De hecho, llega a describir un emplazamiento o una configuración específica, a saber: un mal aspecto entre las luminarias, una oposición (eclipse lunar) o una conjunción (eclipse solar), pues advierte:
“[…] Llegó de su parto el día,
y los presagios cumplidos […]
nació en horóscopo tal,
que el sol, en su sangre tinto,
entraba sañudamente
con la luna en desafío; […]
El mayor, el más horrendo
eclipse que ha padecido
el sol, después que con sangre
lloró la muerte de Cristo.”
Entonces explica los pronósticos que sobre Segismundo derramaron los sabios astrólogos:
“[…] que Segismundo sería
el hombre más atrevido,
el príncipe más cruel
y el monarca más impío,
por quien su reino vendría
a ser parcial y diviso.”
Sin embargo, advierte:
“[…] Pues dando crédito yo
a los hados, que adivinos
me pronosticaban daños
en fatales vaticinios,
determiné de encerrar
la fiera que había nacido,
por ver si el sabio tenía
en las estrellas dominio.”
Es decir, que figuró desafiar a los astrólogos planteándose su propio remedio de la situación. En adelante nos lo confirma cuando explica:
“[…] aunque su inclinación
le dicte sus precipicios,
quizá no le vencerán,
porque el hado más esquivo,
la inclinación más violenta,
el planeta más impío,
sólo el albedrío inclinan,
no fuerzan el albedrío.
Y así, entre una y otra causa
vacilante y discursivo,
previne un remedio tal,
que os suspenda los sentidos.”
Habiendo, según él, remediado el asunto, entonces propone:
“Yo he de ponerle mañana,
sin que él sepa que es mi hijo
y rey vuestro, a Segismundo,
[…] en mi dosel, en mi silla,
en el lugar mío,
donde os gobierne y os mande,
y donde todos rendidos
la obediencia le juréis.”
Calderón de la Barca sostiene algo que siglos antes sostuvo Lucio Anneo Séneca (4 a.C. – 65 d.C.) y que siglos después sotendría Cayce (1877-1945), a saber, aquella máxima que reza El necio es esclavo de los astros, y el sabio, por su parte, auriga de los suyos, pues nos confiesa (Basilio) que designará a su hijo Segismundo rey contra todos los vaticinios de los sabios porque hubo “desmentido en todo al hado que de él tantas cosas dijo”:
“[…] que siendo
prudente, cuerdo y benigno,
desmintiendo en todo al hado
que de él tantas cosas dijo,
gozaréis el natural
príncipe vuestro, […]”
De aquí se desprende una postura que por mi parte asumo y los antes señalados parecerían haber compartido: nuestras cartas natales no son sinónimo de designios inexorables ni de decretos irrevocables sino una descripción abarcadora del marco de condiciones bajo el cual hemos nacido y que nos corresponde trabajar o administrar. Desde luego, cuanto mayor sea nuestro conocimiento sobre nuestro “hado”, cuanto mejor podremos disponer del libre albedrío, pues la ignorancia, el desconocimiento, como siempre han sostenido los filósofos (desde Sócrates hasta Spinoza y el mismo físico teórico Max Planck), coarta nuestra libertad. De hecho… ¿no sucede igual cuando nos practicamos un examen de sangre, entre otros, para conocer las enfermedades a las que somos propensos con el fin de poder orientar mejor nuestra conducta y/o la dieta? Las astrografías describirían, como los análisis genéticos, nada más que tendencias; en ocasiones, fuertes tendencias, pero tendencias al fin y al cabo, no haciendo de nosotros, por consiguiente, títeres tirados por los hilos del rey de los cielos ni de determinismo alguno.
Después de todo, ni los genes resultaron ser tan simples como en principio los describiera el matemático y biólogo católico Gregor Mendel (1822-1884), pues ya la epigenética nos informa de la manera en que los estímulos a los que somos expuestos en un medio ambiente determinado, fueran estos la educación o la familia, el entorno o la dieta, modifican la forma en que nuestro organismo interpreta nuestro código genético o… dígase, ¡nuestra astrografía o carta natal! Ciertamente, la lógica del prócer era una particularmente adelantada para su tiempo y contexto.
Véase Calderón de la Barca, P. (1977, 2006). Ediciones Cátedra. págs. 108-109.