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En su obra célebre «Introducción a la Lógica» (2008), los filósofos Carl Cohen e Irving Copi (Universidad de Michigan) nos explican que el argumento analógico no es deductivamente válido, es decir, no pretende demostrar la verdad de sus conclusiones como consecuencias necesarias de sus premisas sino solamente apoyarlas como probables o probablemente verdaderas. Advierten, sin embargo, que cuanto más rigurosa sea la analogía (consideración de múltiples características relevantes de los objetos comparados), cuanto mayor la probabilidad de que las implicaciones de la misma sean verdaderas. Dicho de otra forma: algunas analogías son más sólidas que otras; algunas pueden, incluso, ser casi deductivamente válidas, especialmente cuando se recurre a la analogía para demostrar que otro argumento es equivocado, incorrecto o absurdo. Piénsese, por ejemplo, en el primero de los siguientes pasajes:
- “Un hombre no debe presumir que es más sabio que una mujer siempre que deba su ventaja a una mejor educación que ella, de la misma manera en que no deberá presumir de valiente quien golpea a un hombre que tiene las manos atadas” (Astell, 1721, «Un ensayo en defensa del sexo femenino»).
- “Supongamos me dicen que le extrajeron una muela sin anestesia, y respondo que debe haber dolido, y me preguntan cómo lo sé, y respondo: porque a mí también me dolería, ya que ambos tenemos el mismo tipo de sistema nervioso.” (Ayer, 1953, «El conocimiento de otras mentes»).
- “Wittgenstein solía comparar el pensamiento con la natación: así como en esta nuestros cuerpos tienden a flotar sobre la superficie, de modo que debemos hacer un esfuerzo físico para sumergirnos hasta el fondo, también el pensamiento necesita un gran esfuerzo mental para alejarnos de lo superficial y sumergirnos en la profundidad de un problema filosófico.” (Pitcher, «La filosofía de Wittgenstein»).
El uso argumentativo de la analogía o de argumentos analógicos constituye una de las piezas fundamentales del ejercicio filosófico, mientras la lógica formal, por su parte, el lenguaje natural de la filosofía, como la matemática de la física. La analogía es también, y esto lo sabe cualquier astrólogo competente, la base de las significaciones astrológicas. (Véase, entre otros, «William Lilly’s Analogical Thinking», de Anthony Louis). Así, pues, muchos somos concientes de la relación existente entre la naturaleza y el símbolo. Es probable que los dos ejemplos más obvios lo sean el sol y Urano, pues el primero es fuente de vida y el segundo constituye una anomalía o distorsión en nuestro sistema solar (i.e., es el único que rota volcado sobre un costado, cuyo polo norte apunta directamente al sol). Quizá también, en el caso de Mercurio, nos resulte fácil considerar su hermafroditismo análogo a sus propiedades astrofísicas, pues es el único en alcanzar temperaturas extremas a ambos lados del termostato (extremadamente caliente o extremadamente frío, gracias tanto a su diversidad bioquímica característica como a que no tiene atmósfera). Es, en resumen, hermafrodito tanto desde el punto de vista astrofísico como, ¿por lo mismo?, astrológico (al igual que el sol representa la vida y Urano las anomalías, tanto según la astrología como según la astrofísica).
¿No debe, entonces, ser así en el resto de casos (símbolos)? Recordemos la vez en que el célebre juez de la Corte Suprema de Justicia de los Estados Unidos, Thomas Campbell Clark (1899-1977), hizo una pregunta idéntica cuando apeló al argumento analógico para demostrar la (aparente) invalidez de una pretensión:
- “Se afirma que las películas no merecen la égida de la Primera Enmienda porque su producción, distribución y exhibición constituyen un negocio a gran escala. No podemos estar de acuerdo. Que los libros, periódicos y revistas se publiquen y vendan para obtener utilidades no impide que merezcan la protección de la Primera Enmienda. ¿Por qué el aspecto comercial ha de tener efectos diferentes en el caso de las películas?” (Burstyn v. Wilson, 43 U.S. 495, 1952).
Si lo que señalamos anteriormente (relación entre naturaleza y símbolo) es así en el caso del sol, Mercurio y Urano, aun siendo estos tres diferentes en especie (el primero, una estrella gigantesca; el segundo, un planeta pequeño; el tercero, un gigante gaseoso distante), ¿qué impide que sea así en el caso de Venus y de Marte, de Júpiter y de Saturno, de Neptuno y Plutón, y de nuestra luna? Características no análogas (diferencias) no han roto, en modo alguno, el aparente nexo causal entre naturaleza y símbolo. Al contrario, “mientras más disímiles sean las instancias mencionadas solamente en las premisas, más fuerte resulta el argumento analógico” (Carl; Cohen; pág. 452) o la probabilidad de verdad de las conclusiones producto de la analogía, debido a que características “disímiles” siguen siendo tomadas en consideración.
Aunque entre nuestros lectores y el autor puede haber desacuerdo con relación al peso de algunas de las analogías expuestas, es dudoso que existan desacuerdos con relación al significado de analogía y sus implicaciones, y todavía menos probable que tengamos desacuerdos con relación a los símbolos astrológicos fundamentales. En este sentido, esperamos que la comunidad sea capaz de vencer cualesquiera fueran los prejuicios que durante décadas nos han abstenido de siquiera atrevernos a pronunciar que la astrología es una ciencia para no exponernos ante científicos y/o académicos, cuando son estos últimos quienes debieron temer las dimensiones de la astronomía y la física y su alcance, como sigue siendo demostrado por la física moderna a la luz de la mecánica cuántica (véase el trabajo con base en el cual el Premio Nobel de Física 2022 fue concedido).
Apelando a los recursos de la lógica formal, así como a los hallazgos más recientes por parte de la NASA con relación a los planetas, hemos demostrado que los símbolos astrológicos no representan, de ninguna forma o manera, arbitrariedad o esoterismo alguno, sino que “como es arriba”, necesariamente “también abajo”, un aparente principio fundamental de la física primeramente formulado por quien habría sido el primer físico teórico de la historia, Hermès, y confirmado por vez primera por Isaac Newton en 1687 en su célebre «Principia Naturalis». Ciertamente, como no hace falta visitar el sol para saber que se compone de helio e hidrógeno ni alcanzar un agujero negro para reconocer su existencia [1], tampoco nos hace falta, quizá, evidencia experimental con el fin de determinar o advertir la altísima probabilidad de verdad de nuestras conclusiones, las que ofrecemos a las comunidades astrológica, científica y académica en general. “La investigación física, la mayoría de veces, es hecha indirectamente”, sostiene el físico teórico Michio Kaku, Premio Sir Arthur Clarke (Reino Unido) y Klopsteg Memorial (EE.UU.).
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[1] En el mundo fenoménico siempre podremos valorar o analizar las pruebas indirectas de uno u otro determinado fenómeno. En el caso del sol, sus rayos constituyen prueba indirecta de su composición como, en el caso de los agujeros negros, su disco de acrecimiento. La diferencia entre una explicación científica y una no científica (sino dogmática) es que toda explicación científica es susceptible de verificación, ya fuera directa o indirectamente. Una explicación no científica, empero, se presenta como absoluta, última y final, y, a la postre, no puede ser verificada empíricamente. En suma, se sostiene independientemente de la evidencia a su favor.
DAVID BUSTAMANTE S.
7 de diciembre de 2023
11:53 a.m. Bogotá D.C.